Salí a caminar por las calles de esta gran ciudad y no encontré ninguna ermita de paja donde meditar, ninguna cumbre nevada que escalar para sentir mi propia insignificancia.
Caminé por horas y no hallé lugar en silencio que me permitiera escucharme, caminé hasta que se hizo de noche, pero no oscureció, las luces de mercurio lo alumbraban todo constantemente y no me permitían sentir el ritmo de la naturaleza reflejado en los momentos del día. Y fue así que me perdí, me perdí en los lugares comunes, no porque no encontrara como volver, sino porque no sabía cómo había llegado hasta allí.
Trate de respirar profundo hacia abajo, hacia la raíz para reencontrarme, pero el humo de los escapes de los autos ocupaba tanto del oxígeno que tuve temor de respirar hasta el final, consciente del daño.
Quise enraizar mi posición, sintiendo como mi energía se hacía una con la de la tierra a través de mis pies, pero no había tierra cerca, solo un río de cemento continuo, inalterable, estático.
Me perdí en la ciudad, contagiado del ritmo caprichoso y artificial, embriagado por la ausencia de lo escencial.
Lo cotidiano, urbano y poco amigable se hacía sentir y lo único que quedaba al descubierto era la propia necesidad de encontrar las herramientas, la disciplina o lo que fuese necesario para lograr la armonía que de ninguna forma tiene que venir desde fuera.
Así comprendí…
Que la ermita es un lugar en lo profundo de la mente, y que puede convertirse la acción diaria en meditación activa.
Que la cumbre que se asciende es la consciencia de ser, y es descubrirnos en ella, la que nos da la escala de nuestra insignificancia.
Que el silencio, no es la ausencia de ruido, si no la ausencia de diálogo interno torturante.
Y también descubrí…
Que los ritmos del día se pueden hallar dentro, en la respiración y el movimiento tan solo dedicándoles un poco de observación.
Que solo está perdido el que no se busca.
Por esto es necesario crear…
Un compromiso a diario con la propia realidad.
Una intención de no dejarse arrastrar por la demencia colectiva.
Es necesario que nos salgamos del tiempo por un momento en el día, que dejemos de pertenecer al mundo para estar en él solamente, que recurramos a tanta herramienta, recurso y conocimiento que nos llega desde siempre.
Aníbal Gómez (Sutúl Naré)