El viejo maestro sollozaba y se quejaba. Se hallaba de pie
en una posición por demás incomoda y parecía al verlo que iba a desplomarse.
Sin embargo esto no pasaba, sólo su cuerpo se estremecía de los pies a la
cabeza y era claro que el dolor que le provocaba era intolerable. Por alguna
razón incomprensible estaba así, en una especie de contorsión ridícula tan
intrincada que era difícil entender como había logrado colocarse en esa
postura.
Al escuchar sus lamentos corrí donde el para socorrerlo.
-¡Querido maestro déjame que te ayude! Exclamé.
-No –me respondió- nadie puede ayudarme, nadie puede,
repitió con la voz entre cortada que reflejaba su estado de dolor.
-Sólo debo tomar esta parte de aquí –dije- y girarla hacía
allá, hasta que tu brazo se desenrosque de alrededor de tu pierna y esta otra
pierna que está acá detrás… ¡No, detente, para ya! ¿Que quieres hacerme? grito
como loco.
-Quiero ayudarlo -repuse algo molesto- era usted quien se
estaba quejando.
-Si, me quejaba pero no pedía ayuda -me replicó el viejo-
con cara de desencajado.
-¡No entiendo! -le grité- y me di la vuelta para dejarlo
solo con su excentricidad del momento.
-¿Que no entiendes –me dijo- qué nadie me pueda ayudar o que
esté en esta posición? Y al darme vuelta para responderle el anciano estaba
parado a pocos centímetros de mí con la cabeza muy adelantada del resto del
cuerpo y me escudriñaba con los ojos desorbitados.
-No pude evitar decirle que algunas veces me parecía muy
desagradable eso que hacía.
-Lo siento –dijo- recuperando la expresión. Pero no me has
respondido la pregunta.
-Ninguna de las dos cosas, respondí tajante.
-No debería ser difícil para ti entender esto Te he visto
hacer lo mismo tantas veces -dijo el maestro- Como muchos te pones en
posiciones internamente no menos ridículas y torturantes, te quejas por sufrir
pero rechazas ayuda cuando en realidad lo único que debes hacer es salirte de
allí. Te abandonas en un rincón tenebroso de tu espacio interno y digo te
abandonas por que si no lo hicieras podrías moverte a un lugar mejor con solo
quererlo. Cuando me viste hace un momento en esa posición absurda no tardaste
en darte cuenta de cómo ponerle fin a mi sufrimiento. Pero ¿cómo es posible que
no veas que ponerle fin al tuyo es igual de fácil? La única diferencia en ambos
casos es que tú me ves a mí, pero no te ves a ti mismo. Si lo hicieras, si te
vieras ¡podrías cambiar tu estado en un segundo! sólo debes renunciar a tu
forma peculiar de sufrir ¿Estás dispuesto? Te aseguro que en cada uno de
nosotros hay un mejor lugar donde habitar. Ahora muévete que no tienes todo el
día.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario