Perecen los ecos del último latido,
el aliento final es exhalado.
Muero a diario con gusto a todo lo creído
y renazco a su vez en el principio.
Entro arrobado en la sutil trama
que no tocan los dedos,
que no aferran las manos.
Y atestiguo a la vida verdadera,
mas allá del deseo y la ilusión mundana.
A esa, que el orín no corroe
y la polilla no orada.
La vida verdadera,
la del estar y ser.
La del significado eterno,
la que no agota el tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario