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sábado, 16 de febrero de 2008

Ser en el centro "7"

Si la unidad inmanente es la esencia del universo, y la virtud del hombre su expresión, debo poder deshacerme de la contradicción, que no solo es un proceso disociativo, si no también contrario a la naturaleza de la vida.
Para liberar la contradicción es menester practicar los actos de unidad, estos se diferencian por tener cohesión interna y armonizar la acción y la conciencia.

El comentario

Habiendo comprendido que las cosas son lo que son, ni más ni menos, el estado de aceptación nos libera del desacuerdo ante el hecho inevitable, y es en este acuerdo íntimo con lo inexorable que la pretensión no es posible.

Sin pretensión, las resistencias que se esgrimían como argumento carecen de sentido y son abandonadas. Siendo así, no hay fricción ni pérdidas, ni nada que resignar con ese sabor amargo que nos dejaba el desacuerdo.

En esta nueva condición, que el estado de aceptación nos da, la vida se experimenta de manera integrada y fluida, y ésta deja de ser como un rompecabezas caprichoso y aleatorio, donde la fragmentación imperante en la que estábamos se desvanece y es posible percibir la unidad que subyace, de la cual somos expresión y parte.

Cuando no vemos al universo con ojos mecanicistas, éste deja de ser una máquina y lo que está en él sus partes.

Este reduccionismo no es posible para aquel que ha descubierto, por percepción o por intuición, que existe una condición de unidad inmanente en todo lo que nos rodea.

Es esta unidad esencia del universo, y el hombre no podría hallar virtud mayor que la de ser su expresión.

Puesto que el mismo es un universo debe expresar esta unidad en sus actos para ser su reflejo.

La coherencia no solo implica un razonamiento sino un comportamiento que va más allá de nuestras acciones. Ya que la coherencia es cohesión y la cohesión es fuerza que sostiene y contiene, es en ésta actitud de coherencia que la esencia del universo se expresa en el hombre.

Y es por oposición a este estado de unidad inmanente que la contradicción surge como actitud disociativa y fragmentadora.

Capaz de invertir la corriente de vida hasta el extremo de enfermarnos, la contradicción es más peligrosa de lo que reconocemos a diario, hay en su antagonismo, en su desacuerdo y en su necedad tanto sabor amargo de autoagresión que son claros indicios de su negatividad.

Solo el hombre es capaz de ir contra la naturaleza de la vida, y es a partir de sus contradicciones que lo hace.

Si la contradicción es liberada desaparecen el antagonismo y la separación.

De ser así, uno fluye suavemente hacia el estado de unidad inmanente.

En el estado de unidad inmanente la mente se aquieta, y el espíritu es libre, y ambos se expanden, vastos e inconmensurables, como las estrellas del cielo o las arenas del desierto.

Anibal Gomez Sutúl Naré

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