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sábado, 26 de septiembre de 2009

La historia.."La punta del ovillo"

Cuando era un niño disfrutaba de todo, igual que cualquier creatura, con la intensidad propia de estar en el presente. Intensidad que se va ocultando de la mejor manera posible detrás de las protecciones que el ego estructura para poder sobrevivir síquicamente a los embates del entorno. Cuanto más duros y disfuncionales sean estos, mas rígidas y limitantes estas protecciones. Y sin dudarlo diría que una de las actividades preferidas de aquel entonces era remontar barriletes; claro que esto no empezaba allí, sino mucho antes con la construcción de ese artefacto volante que tenia la propiedad de hacernos ir muy alto y lejos con la imaginación, una suerte de libertad a la que uno se asomaba al final del hilo que lo sujetaba. Cuando alguna vez este se cortaba y el pájaro de papel se iba volando lejos, pensaba en que yo, igual que él, un día iba a volar. La incertidumbre de no conocer el destino del barrilete me mantenía alegre, y tan sólo haber creído que alcancé las certidumbres que la sociedad dice que son necesarias para estar tranquilos fue suficiente para que perdiera la alegría que supe tener de pequeño. Estuve tranquilo sí, pero sin la alegría activa y expectante que la incertidumbre puede generar y es motor de la posibilidad.
En aquel tiempo cuando el sol empezaba a bajar y caía en la cuenta que me esperaba una “calurosa” bienvenida, ya que mi madre no había tenido noticias mías prácticamente en todo el día, enrollaba de mala forma el hilo, acomodaba a mi amigo barrilete sobre mi hombro y corría veloz pensando qué decir para suavizar el reto.
El tema de esta breve historia es que después de eso, tenía que desenrollar el hilo que había quedado enmarañado en la mayor parte de sus interminables metros. Cosa que me desesperaba y que durante mucho tiempo terminaba evitando cortando el hilo en las partes enredadas.
Hasta que cierto día me dije que esto no podía seguir siendo así, no sé si fue por hacerles ahorrar el gasto a mis padres que eran muy pobres, o porque de otra manera mi barrilete no llegaba a darme una vista del otro lado del mundo de mi imaginación. Ese día el desenredo del hilo se convirtió en parte de un ritual que trasladara a otras cosas de mi vida, y sin el que tal vez nunca hubiera logrado encontrar la punta del ovillo para empezar a desenmarañar aquello en lo que nos convertimos con los años.
Así aprendí que cuando uno no sabe cuál es la punta, cualquier punta es válida para empezar. Y que con paciencia y amor el barrilete siempre puede volar un poco más alto y nosotros también.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias por devolver la incertidumbre, alegria y felicidad en mi vida, maestro

Blog dijo...

Habría que observar mejor a los niños y aprender de ellos cómo resuelven sus problemas y luego ponerlo en practica en nuestras ámbitos problemáticos… o preguntarles directamente como hacer para resolverlos!! Uno terminaría viendo cuantos impedimentos inútiles tenemos para poner en práctica su sencillo plan. Todas cuestiones de autoimportancia, miedos de todos los colores, egoismos… cualquiera de esas resistencias es una buena punta para empezar a desenmarañarnos. Hablemos con los niños. Y regalemos barriletes!