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martes, 27 de septiembre de 2011

Dialogos con el Maestro...

El anciano observaba con asombro, agachado en el suelo y con su cara muy cerca del piso a un ciempiés que zigzagueaba indeciso por entre una selva en miniatura. Al tiempo que lo hacía le decía al joven que a su lado lo ayudaba con las tareas de quitar del jardín lo que ya no hace falta… De pequeño trató de entender como era posible que los demás no vieran los increíbles mundos que descubría en las más pequeñas cosas. Un infinito universo microscópico aparecía por doquier ante sus pequeños ojos, que se acercaban más y más y conseguían ver un planeta en un grano de arena y un océano en una gota de agua.
Con los mismos pequeños ojos veía hacia arriba para encontrar en ocasiones a esos gigantes que movían la cabeza de un lado a otro, riéndose y diciendo que no podía ser.
Pero él seguía acercándose tanto a las cosas que todo lo demás terminaba por desaparecer, incluso algunas veces él mismo desaparecía haciéndose uno con el todo, y viajaba así a dimensiones ocultas para los gigantes, que a pesar de todo se las ingeniaban para hallarlo volando en las alas de una libélula o durmiendo la siesta bajo una brizna de pasto.
Esto no lo preocupaba demasiado porque sabía que podía escapar cuando quisiera por cualquier rendija, sabiendo que el mundo de los gigantes estaba lleno de aberturas que no sabían como tapar, o tal vez era por la distancia que los separaba de esas pequeñas cosas que no llegaban a notarlas, fue así que se le ocurrió que si se acercaban o mejor si se arrodillaban, tal vez iban a descubrir la verdadera dimensión de estas.
Una mañana al levantarse la sorpresa lo mareo igual que la distancia que ahora lo separaba de su mundo, él mismo se había convertido en un gigante, y el nuevo mundo que ahora percibía lo llevaría lejos por caminos de aventuras, de promesas y de olvidos.
Para cuando regresó todo estaba muy cambiado, tan cambiado... De sus planetas de arena solo quedó el polvo.
De sus océanos en gotas se evaporó toda la vida.
Y ni siquiera los gigantes a los que terminó por amar se encontraban ahí, solo su mundo lleno de agujeros por los cuales ya no podía escapar.
De grande trató de entender como era posible que él no viera, y recordó que a lo mejor los gigantes veían todo así por su tamaño, por estar muy lejos de las cosas, y que si se acercaba, o mejor si se arrodillaba, tal vez iba a descubrir la verdadera dimensión de estas.
Entonces fue así que descubrió todos sus agujeros, pudo volver a viajar en las alas de una libélula y algunas veces, solo algunas veces cuando se hallaba muy cansado se tendía a dormir una reparadora siesta bajo una brizna de pasto.
Ten cuidado mi joven amigo -dijo el guía- no te dejes sorprender por el olvido! o pronto estarás tan ausente que ni siquiera te recordarás de ti mismo.

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