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lunes, 2 de mayo de 2011

De Encuentros con el guía, los relatos.

-Acompáñenme, dijo el guía, que la estación es propicia y los ojos del corazón están listos.
De inmediato nos pusimos en marcha, nos dirigimos hacia el bosque siguiendo al maestro que se veía exaltado.
Nos detuvimos al llegar a un arroyo. El paisaje era tranquilizador. Los árboles se habían despojado del follaje, la luz del atardecer gris y fresco, atravesaba sin dificultad hasta el piso y alumbraba las hojas que tapizaban el suelo. La desnudez de los árboles dejaban al descubierto a los pájaros, que cantaban calmada y dulcemente. Algunos metros más allá, el agua también se dejaba oír, casi como un susurro.
El guía nos reunió en torno de él y dijo:
-Cuando vemos a diario lo hacemos con los ojos de la mente, pero estos no bastan para ver todo lo que es.
Si miran con los ojos del corazón lo podrán ver.
Hizo silencio y luego de unos segundos nos señaló en la dirección que unas hojas se arremolinaban en medio de un claro, y dijo con gran dramatismo:
-Vean con el corazón al espíritu del viento.
Las hojas se arremolinaron, subieron y bajaron formando una espiral compacta, que luego empezó a desplazarse alrededor nuestro hasta cerrar un círculo, para terminar alejándose y desapareciendo en medio del bosque.
Visiblemente emocionado, el anciano habló así: -Es este bosque reflejo de la vida. Es el otoño momento de volver a la raíz, como la savia, llevar la atención de las ramas al centro de las cosas, vivir en el tronco, donde mora la esencia.
Dejar que las hojas caigan a su tiempo, que se desnude la rama y quede a la vista el argumento, dejar que caigan con ellas todo lo que sobra, que esta pérdida no se lamentará.
Acompañar con alegría la danza circular de las hojas que el espíritu del viento anima, y viajar más allá con el alma libre, en el remolino que las agita, hasta que sea su capricho abandonarlas a su suerte.
Ahora, el maestro hizo que lo siguiéramos hasta el arroyo, y cuando estuvimos en la orilla, nos llamó la atención sobre la espuma que se veía claramente iridiscente, parecía flotar sobre el agua y al mismo tiempo penetrarla. Mientras serpenteaba entre las piedras, el guía, que la seguía con la mirada, dijo:
-Es este arroyo reflejo de la vida. Es en su esencia como la vida misma, movimiento perpetuo.
Sean como el espíritu del agua que brilla en su corriente fluido y persistente, que no se avergüenza por esquivar la piedra y no se vanagloria por alterar la costa. Seguirlo en su derrotero con el alma, para que tengamos su voluntad en este río de la vida.

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