Editorial ''Pérdida de confianza''

La cicatriz viciosa de una mala experiencia insensibiliza la piel de la posibilidad. Y todo lo que es o puede ser, primero es sospechado en aras de una seguridad pretenciosa y sin sentido.
Así con el estandarte del sentido común, se justifica el argumento. Entonces caemos en la idea de que las cosas que pasan siempre, siempre pasan por las mismas cosas.
Puede que alguien nos haya robado la confianza, pero somos nosotros los que la matamos. Después nos encontramos atrapados en un laberinto donde la única salida fue tapiada por nosotros mismos, nadie entra, nadie sale. Y así, aislados y a salvo de los posibles daños, deambulamos erráticos en la más pesada de las soledades auto impuestas.
Tiempo después, la familiaridad con los pasillos repetidos del laberinto nos hacen olvidar que existe una realidad fuera de esas paredes. Paredes tan solidas, como nuestra tentativa por negar el hecho de que en esa aislación lo único seguro es la angustia y la frustración.
La salida del laberinto va a requerir el reconocimiento de la prueba de fe invertida, y va a ser uno el que entregue primero para que obre el milagro. La paradoja a reconciliar es que, para poder seguir insertos en la vida con vida, debemos bajar la guardia y aceptar el riesgo.
La confianza requiere de confianza. Y de comprensión en la incertidumbre que plantea la vida como hecho en sí mismo.