Algunas veces me levantaba más temprano de lo habitual y me iba a pescar al río que corría cerca del lugar donde vivíamos. Aprovechaba la caminata y el momento de la pesca para reflexionar sobre los temas que surgían día a día y que en ocasiones no me dejaban dormir. Esa mañana, elegí un sitio agradable donde sentarme cómodamente, y mientras arrojaba el señuelo no podía dejar de pensar en un sueño que había tenido durante la noche, lo recuerdo como si fuera hoy:
Estoy en un parque de diversiones, recuerdo entrar en un laberinto de espejos, al caminar unos pasos, me giro para asegurarme donde queda la salida y al darme la vuelta ésta ya no se ve, sigo avanzando por los corredores y lo único que puedo reconocer es mi reflejo en los espejos, al tiempo de andar no puedo distinguir claramente quien soy yo, todos los reflejos se me parecen, aunque difieren en algo, unos eran más altos, otros delgados y otros exageraban los rasgos. La desesperación se apoderaba de mí y cansado de caminar sin hallar la salida terminé por dormirme, fue así que escuché una voz que me decía: “Yo no soy lo que veo pero veo lo que soy“. Me levanté de inmediato y con una gran decisión empecé a romper los espejos uno por uno, hasta que finalmente me hallé parado en medio de la nada y desperté.
Mientras trataba de entender el significado de esto, miraba mi rostro reflejarse en el agua quieta, fue la imagen del guía, que apareció por encima de la mía en el reflejo y su voz, las que me trajeron de vuelta.
-No lo escuché llegar, dije.
-Puede que tu cuerpo este aquí sentado pero si tu mente está en otro sitio, ¿dónde estas?
El guía se sentó a mi lado, apoyó a un costado el bastón que usaba en sus largas caminatas, y se inclinó hacia delante para ver que observaba en el agua.
-¿Qué ves? me preguntó.
-Me veo a mí mismo, respondí.
-¿Es que tu y tu reflejo son la misma cosa?
-Ciertamente no, pero ¿Entonces qué ven las personas que me miran?, pregunté.
-¿Qué ves tu cuando miras a otro? ¿Ves lo que es o ves lo que eres?
-Veo gente con defectos y virtudes.
-Defectos y virtudes, repitió el guía, ¿crees que puedes ver algo en los otros que tú no poseas?
Uno no puede ver al otro mientras no se haya visto a sí mismo, y para verse a sí mismo uno debe haberse vaciado, esa es la paradoja.
-¿De qué debe vaciarse uno? Dígame.
-De las falsas creencias, de la pretensión y del juicio, dijo el guía.
-¿Cómo sabe uno que se ha vaciado?
-Cuando puedas verte en el espejo sin temor al reflejo, y cuando puedas aceptar que no puedes mirar en los otros nada más que lo que eres, respondió el anciano. Recuerda que todo lo que amamos y todo lo que aborrecemos está dentro de nosotros.
Un tirón repentino de la caña me sacudió interrumpiendo el diálogo, empecé a traer hacia mí lo que había enganchado, era un pez pequeño pero muy luchador, al salir a la superficie el guía lo sujetó hábilmente, y mirándolo con fijeza me habló así:
-Ahora que este pez emerge de las profundidades y remueve tu reflejo, ¿Puedes seguir viendo lo que era, no será entonces preciso que algo surja desde lo profundo de ti para que esto cambie? Todos somos todos, cada uno de nosotros porta algo del otro, para bien o para mal. Cuando uno se ha vaciado de forma y contenido se libera al ser de su reflejo, y puedes verte a ti mismo y a los otros tal cual son.
El guía devolvió el pez al río, se paró, tomó el bastón con su mano izquierda y volvió a agitar el agua hasta que mi rostro no se podía distinguir en el reflejo, y dijo:
-Los otros son como trozos de un espejo que se ha roto, cada uno refleja partes de nosotros, y recuerda que “Yo no soy lo que veo, pero veo lo que soy”.
No pude preguntar al guía como había sabido lo de mi sueño. Se marchó antes de que pudiera ordenar mis pensamientos. Pasaron años hasta que lo pude comprender, el nunca me respondió, invariablemente ante mi pregunta solo sonreía con inocencia.